miércoles, 17 de febrero de 2016

La paradoja del precio de los alimentos en la Argentina

La Argentina, como todo escolar sabe, es, dentro de la economía mundial, un importante exportador de alimentos. Desde el siglo XIX que las principales divisas extranjeras se consiguen mediante la exportación de alimentos. Sin embargo, pese a esta grave circunstancia, el precio interno de los alimentos no es constante, sino que tiende siempre a subir.
En la década del '90, la inflación estaba contenida (si se compara con los promedios históricos) más o menos en torno a un 2% anual. Pero si se observa la evolución de los precios de los alimentos en esa misma década se percibe un aumento cercano al 10% anual. ¿Cómo se explica?. Una razón coyuntural podría indicar que el dólar barato (1 peso = 1 dólar) hacía muy caros los productos argentinos, por lo que los exportadores podrían intentar volcar esa oferta en el mercado local. Claro que si vemos los volúmenes que maneja la agricultura argentina, es evidente que sólo una pequeña parte puede ofertarse en el país. Hoy en día, el dólar está caro (15 pesos = 1 dólar); sin embargo lo que más aumenta en esta inflación galopante, son los precios de los alimentos. La explicación ad hoc, indica que venden en el mercado interno al mismo precio que en el internacional. Es decir si el dólar está barato, tratan de salvar sus ganancias, cobrando más caro en el mercado interno. Si el dólar está caro, cobran lo mismo que afuera, total que nunca pierden y siempre ganan.
El mercado alimentario argentino está hiperconcentrado, 5 cadenas de supermercados controlan casi el 70% de la oferta alimentaria. Compran barato (a los productores) y venden caro (a los consumidores). Pero esta situación no es exclusiva de la Argentina, como bien señala Raj Patel, este dominio de los grandes supermercados es mundial. ¿Por qué entonces aquí los precios se remarcan constantemente? Básicamente porque aquí no hay regulaciones ni de las ganancias, ni de las prácticas comerciales, o si las hay difíciles de hacer cumplir. Sin un control adecuado, un mercado oligopólico puede ser un peligro para los consumidores. Ese control debe ser ejercido por el estado, pero cuando éste calla, son los consumidores los que tienen el poder de hacerse oir.

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